sábado, 5 de septiembre de 2015

La Puerta

Como todas las mañanas, prendí la radio, me fume un pito y comencé la rutina, la ducha, los pantalones arrugados, el pan frio, la chaqueta promesera y a la calle.
Aquí comenzó lo complejo, como cada día debía pasar cinco cuadras para tomar la micro, lo trágico es que solo podía tomar “ese” camino; digo trágico debido principalmente a un detalle realmente importantísimo: justo en mitad de la tercera cuadra había un estrecho pasaje que había visto cientos de veces en mis sueños recurrentes cuando era pendejo.
Me refiero a que fueron incontables las idas al psicólogo, las regresiones, los exámenes psiquiátricos, y nadie pudo nunca explicar el origen del puto sueño que me asaltó todas o casi todas las noches durante años, sin embargo, ahora que vine al vivir Cerro Santa Gloria, encontré dicho pasaje materializado.
El primer día que advertí la situación entre en pánico, llegue a la casa con una taquicardia psicótica que tenia de fiesta a mis neuronas, colapse por algunas horas, y en cuanto pude recobrar la calma, comencé a pensar en soluciones rápidas, simples e incluso absurdas.
Entre tanta idea estúpida, me decante por la más barata y acorde a mi personalidad: fumarme un pito cada mañana, salir de la casa escuchando mi música a todo chancho mientras miraba fijamente al suelo, así, llegando al pasaje, seguro mi cerebro estaría distraído en cualquier otra cosa; el gran problema es que ya había caminado dos cuadras y mis audífonos no aparecieron.
Sin darme cuenta había avanzado hasta la entrada del pasaje “La Tortuga”, y de pronto, al mirar hacia la izquierda, mi cerebro se apagó e inicio un inquietante piloto automático.
Mi sueño de pronto se había vuelto una película en 4D, veía con claridad las mismas casas, la misma secuencia de colores, las puertas viejas, las mismas ventanas abiertas en las mismas posiciones, todo tan perfectamente recortado que el mundo allá afuera se destruyó en mi presencia.
Comencé a caminar de forma involuntaria, cada paso exactamente como lo recordaba, observe sin prisa cada fachada, cada error en la pintura, todas las plantas y flores marchitas; me detuve donde me debía detener, subí los seis escalones correspondientes y di los mismos rítmicos tres golpes que sabía iba hacer sonar, piloto automático desactivado, los nervios inundaron mi espalda, apreté los dientes.

Se escucharon pasos acercándose tras la puerta, me hirvió la sangre, alguien del otro lado quitó la cerradura y lentamente abrió la puerta, dudé un segundo, levanté la vista, y ahí, frente a mí, estaba yo, yo mismo, la misma cara, la misma chaqueta, el mismo pantalón arrugado, me sonrío, me abrazó y me dijo: “pasa, te estaba esperando”. 

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