Como todas las mañanas, prendí la
radio, me fume un pito y comencé la rutina, la ducha, los pantalones arrugados,
el pan frio, la chaqueta promesera y a la calle.
Aquí comenzó lo complejo, como
cada día debía pasar cinco cuadras para tomar la micro, lo trágico es que solo
podía tomar “ese” camino; digo trágico debido principalmente a un detalle realmente
importantísimo: justo en mitad de la tercera cuadra había un estrecho pasaje
que había visto cientos de veces en mis sueños recurrentes cuando era pendejo.
Me refiero a que fueron
incontables las idas al psicólogo, las regresiones, los exámenes psiquiátricos,
y nadie pudo nunca explicar el origen del puto sueño que me asaltó todas o casi
todas las noches durante años, sin embargo, ahora que vine al vivir Cerro Santa
Gloria, encontré dicho pasaje materializado.
El primer día que advertí la
situación entre en pánico, llegue a la casa con una taquicardia psicótica que
tenia de fiesta a mis neuronas, colapse por algunas horas, y en cuanto pude
recobrar la calma, comencé a pensar en soluciones rápidas, simples e incluso absurdas.
Entre tanta idea estúpida, me
decante por la más barata y acorde a mi personalidad: fumarme un pito cada
mañana, salir de la casa escuchando mi música a todo chancho mientras miraba
fijamente al suelo, así, llegando al pasaje, seguro mi cerebro estaría distraído
en cualquier otra cosa; el gran problema es que ya había caminado dos cuadras y
mis audífonos no aparecieron.
Sin darme cuenta había avanzado
hasta la entrada del pasaje “La Tortuga”, y de pronto, al mirar hacia la
izquierda, mi cerebro se apagó e inicio un inquietante piloto automático.
Mi sueño de pronto se había
vuelto una película en 4D, veía con claridad las mismas casas, la misma
secuencia de colores, las puertas viejas, las mismas ventanas abiertas en las
mismas posiciones, todo tan perfectamente recortado que el mundo allá afuera se
destruyó en mi presencia.
Comencé a caminar de forma
involuntaria, cada paso exactamente como lo recordaba, observe sin prisa cada
fachada, cada error en la pintura, todas las plantas y flores marchitas; me
detuve donde me debía detener, subí los seis escalones correspondientes y di
los mismos rítmicos tres golpes que sabía iba hacer sonar, piloto automático
desactivado, los nervios inundaron mi espalda, apreté los dientes.
Se escucharon pasos acercándose
tras la puerta, me hirvió la sangre, alguien del otro lado quitó la cerradura y
lentamente abrió la puerta, dudé un segundo, levanté la vista, y ahí, frente a
mí, estaba yo, yo mismo, la misma cara, la misma chaqueta, el mismo pantalón
arrugado, me sonrío, me abrazó y me dijo: “pasa, te estaba esperando”.
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