lunes, 28 de septiembre de 2015

Ascensión

Camino confundido, mis ojos se pierden entre tanta oscuridad, llevo el estómago aplastado frente a la implacable inanición, mis pulmones apretados no me dejan respirar, me asfixio, estoy demasiado cansado, aun cuando ya debería haber caído hace tiempo. Las piernas me tiemblan como espigas luchando contra el viento, mis músculos se niegan a trabajar correctamente, aún tengo en la boca el sabor rancio del pan duro, ese que guardaba en mi bolsillo, tengo la sangre hecha grumos, corre espesa por mis venas duras, todo mi ser se pone lento, quizás no valga la pena seguir, pero debo continuar, no quiero morir aquí sentado, necesito salir con dignidad, ser miserable, pero libre.

El camino es largo en extremo, la horas se vuelven días, el tiempo se muere y mis pies piden a gritos un descanso, a estas alturas mi cerebro ya no piensa como antes, todo se pierde y se enreda, quizás debí notar antes mi nula capacidad de cálculo, debí saber que sin el Flaco nada sería igual, todos esos intentos de escape y regreso impune habían sido su idea, la vida pacífica en lo subterráneo, ocultos por allí, con otra cara, con otro nombre, con la patilla larga y comiendo de manos ajenas, engordando o adelgazando según la suerte, ahora todo sueño se veía mucho más borroso que de costumbre.

Sé que vale la pena seguir caminando por este túnel donde no alcanzo a ver siquiera mis manos, donde mi vista se quema con el vacío, sólo el sonido de los ratones corriendo por doquier me calma, me avisa que aún estoy vivo y que aún no me convierto en un cadáver mosqueado, alucinando en el purgatorio. La sed me aplasta, las horas pasan y los pies me lloran, me queman como si sudaran sangre, puede que en verdad sea así, no se podría esperar más tras todo este tiempo, andando en la soledad inquebrantable de este antiguo túnel, lleno de trozos de carbón, los que alguna vez cayeron fugitivos desde los vagones que los secuestraban, sueños de libertad que yo también comparto con ellos, se me corta el aliento, el cansancio se cuelga de mi pecho y adelante, un punto de luz me muestra la salida. Respiro el aire húmedo, el olor a tierra mojada refresca mi aliento que de a poco se desvanece, la piel seca y empolvada envuelve mi ser marchito, me caigo a pedazos, estoy cada vez más cerca del final, de la luz al final del túnel, cada vez más lejos de lo humano y más cerca de lo divino. Mi destino es confuso, la luz se acerca, sigo caminando a pasos cortos y torpes, me acerco al sol, o a la lluvia, o lo que sea que me espere allá afuera, una infame alegría invade lo que me queda de alma, no puedo evitar los escalofríos que recorren mi espalda huesuda. Mientras más me acerco, la luz abandona su aspecto de farol encendido, por más que camino no consigo salir, pero no sirve de nada desesperarse ni dolerse, nada más malo puede pasar, nada peor que morir de hambre y en medio de un túnel, tieso y olvidado, entre ratas hambrientas, en el espesor de esta noche vacía y artificial.

Mi ritmo de marcha se quiebra, estoy a sólo metros del universo, y aunque en verdad detesto este túnel maldito, que me ha cobijado y tragado, sé que me lleva de vuelta a la vida

Me palpita el cráneo, el corazón se me sube a la cabeza, mis rodillas escuálidas bailan fatigadas, un solo disparo rompería mis oídos y fracturaría mi alma, tanta fragilidad me atormenta.

Falta poco, en frente de mí aparece la boca del túnel, la luz me encandila, me quedo de pie, ardiendo, esperando el punto final, el momento decisivo, respiro, mantengo y exhalo, me decido, es hora de salir. La luz flamígera quema mis ojos que se cierran en contra de mi voluntad, intento recuperar la lucidez tan rápido como puedo, la colorida y dulce visión del mundo demora en aparecer, es difícil calibrar mis pupilas frente a luces y sombras, tapo el sol con mi brazo, e intento ver más allá.

Parpadeo de forma torpe un par de veces, hasta al fin percatarme con una asfixiante impresión, que ahí en frente, esperando por mí, se encuentra una cuadrilla de cascos y uniformes verdes, botas negras perfectamente lustradas, todos en fila y formados, , me observan, me retienen, el brillo de los aceros fríos y negros me electrocuta, solo queda la horrible sumisión ante sus metrallas.

viernes, 25 de septiembre de 2015

On Fire

Y he aquí la escena grotesca en la que me encuentro, soy un adolecente paliducho, bastante borracho, sin camisa y con el pantalón abierto, con los dedos y la boca rebosantes del olor del sexo femenino y los nudillos manchados con la sangre de otro sujeto sobre el cual me hallo de rodillas. El otro tipo, bastante golpeado y aturdido, intenta gritar que me detenga, le faltan varios dientes, los que se hallan regados por todo el piso de cerámicos, la sangre no le permite hablar con claridad, el público llena los pasillos y murallas, nadie dice nada, nadie graba con el celular, están en shock, alguien vomita, no sé si de asco o borrachera, segundos de silencio, y es entonces cuando me doy cuenta de cómo he llegado aquí.

Todo comienza con Ana, mi pseudopolola, con ella todo había colapsado hace tiempo, vivía conmigo hacía cerca de dos años, éramos la pareja perfecta, pero hasta la pareja perfecta se aburre de la monotonía y la monogamia, hasta un capítulo repetido de los Simpson en canal trece me entregaba más adrenalina que salir con ella, ambos ya preferíamos pasar el día separados, haciendo nuestras cosas y nuestras vidas, y nadie se metía en los problemas de nadie. De vez en cuando salíamos de noche por separado y luego, al vernos, reconocíamos nuestras sínicas sonrisas de placer, ambos jugábamos sucio, lo sabíamos en secreto, buscábamos emoción en personas ajenas, por mi parte me encontraba saliendo esporádicamente con tres chicas más, todas se habían ofrecido voluntariamente a entregarme el cariño y la satisfacción que Ana hacía tiempo se negaba a darme.

Hoy, como de costumbre, Ana y yo saldríamos cada uno por su lado, ella a alguna fiesta en casa de algún conocido, yo había quedado de salir con Camila, una de las tres chicas, la que más me amaba, ella ofrecía prácticamente su vida para complacerme, aún sabiendo que mi corazón se retorcía por Ana.

 A las nueve y cuarto me encontré con Camila, nos miramos, nos besamos sin importar si alguien nos veía, en realidad ya nada importaba, tomamos cerveza, nos reímos, recorrí sus muslos con mi mano, disfrute la textura de sus medias, las que había comprado exclusivamente para deleitarme, sin vergüenza, todo tenía un sabor más dulce esta noche. Salimos del bar donde nos escondíamos y tomamos rumbo a la casa de Pablo, un amigo de aquellos, fuimos a la botillería por cigarros y vodka, un agarrón disimulado, una sonrisa coqueta y todo seguía normal. Caminamos varios minutos hasta la casa de Pablo, había gente afuera, más amigos, más adolescentes perdidos, borrachos y drogados, hambrientos de sexo delirante o de llanto descontrolado según fuese el caso. Saludamos, cruzamos la puerta, y ahí, en medio del sofá, estaba Ana, sentada, riendo y besándose con otro chico, el que descaradamente tomaba su cuello, ese lugar que tantas veces había sido mi objetivo predilecto. Su mirada metálica se cruzó con la mía, los nervios en la guata reventaron, la mano del chico soltó la de Ana, el público no pudo disimular los sonidos y vocales de asombro e incomodidad.

Dejé a Camila paralizada junto a la puerta, caminé hasta donde estaba Ana, la besé en la mejilla, le dije: tranquila, sigamos en lo que estábamos, ya habrá tiempo para hablar. Le sonreí, me volví hacia Camila, la bese en la boca, le dije que todo estaría bien y salimos a fumar. Todo acontecía con total normalidad, la gente se preguntaba si con Ana habíamos terminado sin tener el valor de preguntar, todos hicieron vista gorda de lo sucedido, a ratos nos cruzábamos para buscar hielo o para salir a fumar, pero solo éramos dos personajes más en la fauna nocturna de la casa de Pablo.
Cinco vodkas encima, camino al baño y me encuentro a Ana masturbando al chico por sobre el pantalón, la miro a los ojos, escupo al suelo y me doy la vuelta; voy a buscar a Camila, “ven, sígueme”, una mirada sugerente y ella cae en la trampa, la tomo de la mano y la llevo escaleras arriba, la arrojo contra la muralla, la beso, busco con mis dedos bajo su falda, rompo las medias con mis uñas y hundo mis dedos en la cálida humedad de su entrepierna, volteo hacia la puerta de una habitación oscura y antes de poder arrastrar a mi presa escucho una voz: “Ignacio, ¿a dónde vas? hablemos”, Ana se acerca e ignorando la presencia de Camila me toma de la camisa y me arrastra adentro.

No dijo nada, cerró la puerta con pestillo y me reventó los botones de la camisa de un solo tirón, me lamió el pecho, se agachó, con precisión desarmó mi correa y pantalón, comenzó a chupármela como si no hubiera mañana. Lo que podría haber sido uno más de los tantos encuentros sexuales de la noche ocurridos en la casa, se transformó en el acto principal, nuestra naturaleza depredadora no nos permitió pasar inadvertidos, bastaron sólo algunos minutos para que nuestros ruidos exagerados alertaran a toda la casa.

Sin vergüenza alguna nos dimos el lujo de follar casi hora y media, a grito pelado, sin asco, mientras desde afuera nos gritaban y silbaban, nos hacían barra, la hermana de Pablo nos pedía que no mancháramos las sábanas, demasiado tarde, nuestros cuerpos sudados se revolcaban agotados sobre el caos de la cama, que ahora se desarmaba por todas partes. Respiramos un poco y mientras me ponía los pantalones alguien comenzó a patear la puerta, todo acompañado del mismo grito que se repetía “¡maraca culiá abre la puerta!”, la chapa cedió, la puerta se abrió con un latigazo violento, una sombra ingresó iracunda y antes de poder siquiera reaccionar, vi entrar la imagen difusa del amiguito de Ana, quien la botó a piso de un solo puñetazo en la cara.

En un lenguaje alcohólico balbuceaba “hueona maraca, me dejaste en vergüenza delante de toda la gente”, algo más iba a decir creo, cuando lo interrumpí de una sola patada en el hocico, a pata pelá. “Mejor ándate hueon, deja de dar pena”, dije, le ayudé a pararse, lo bajé por la escalera y lo acompañé a la puerta. Por un segundo, de verdad, en mi inocencia creí que había sido suficiente para él, que se iría derrotado, pero estas cosas no pasan en la vida real, el hombre caminó hacia la reja, se agachó y agarró una botella de vino, bebió el concho, dio la vuelta y comenzó a devolverse hacia la puerta. Quizás, en otro lugar, en otro momento, con otro contrincante, habría tenido alguna oportunidad, pero como ya dije, la vida real no es así, yo era un verdadero adicto a la ultra violencia, cuando pendejo me gustaba juntarme con mis amigos a sacarnos la cresta en los recreos, sólo por el gusto de pelear, de sentir la adrenalina en los labios, del dolor de la lucha de llevar nuestros cuerpos al límite, he peleado a combo limpio casi toda mi vida, por años, incluyendo la semana pasada; el tipo caminaba hacia mí con una sonrisa distorsionada, y yo lo esperaba igual de sonriente.

El tiempo se detuvo como tantas otras veces, vi su brazo levantarse, vi la mueca de ira en su rostro, vi cómo las luces de la calle atravesaban el vidrio verde de la botella alzándose en su mano, quise darle en el gusto, como si fuera un juego, me corrí sólo lo justo y necesario, el borde de su arma golpeó mi frente y siguió su curso. Cuando su muñeca estaba frente a mi pecho liberé la tensión, tomé su mano con toda mi fuerza y la giré en contra, hasta que su carne dejó el hueso albino asomarse ensangrentado, al mismo tiempo que mi codo hacia volar sus fracturados dientes por todas partes, la excitación me invadió, cuando el cuerpo lánguido aterrizó me monté sobre él, y lo golpeé en la cara mojada tantas veces como me fue posible, el aplauso de mi puño desnudo en su piel era casi orgásmico, algo me quemaba en el estómago.

“¡Ignacio para! me dijiste que no iba a quedar la cagá”, la voz de Camila reverberaba en el silencio de la habitación llena de espectadores atónitos, todos al borde del desmayo, su voz no mostraba enojo, sólo quería mi bienestar, había un amor casi maternal en aquella súplica, “vámonos por favor, en serio”, vi un par de lágrimas correr por su cara, entonces desperté, me di cuenta que una vez más había hecho una promesa que no podía cumplir, miré al imbécil bajo mis piernas, pensé en mearlo, pero ya había sido suficiente espectáculo por hoy, le escupí en la cara y me levanté, fui a buscar mis zapatillas, Ana no estaba, tampoco me importaba saber su ubicación, me abrigué con una chaqueta ajena, tome una botella de vodka y me llevé a Camila de la mano.

sábado, 5 de septiembre de 2015

La Puerta

Como todas las mañanas, prendí la radio, me fume un pito y comencé la rutina, la ducha, los pantalones arrugados, el pan frio, la chaqueta promesera y a la calle.
Aquí comenzó lo complejo, como cada día debía pasar cinco cuadras para tomar la micro, lo trágico es que solo podía tomar “ese” camino; digo trágico debido principalmente a un detalle realmente importantísimo: justo en mitad de la tercera cuadra había un estrecho pasaje que había visto cientos de veces en mis sueños recurrentes cuando era pendejo.
Me refiero a que fueron incontables las idas al psicólogo, las regresiones, los exámenes psiquiátricos, y nadie pudo nunca explicar el origen del puto sueño que me asaltó todas o casi todas las noches durante años, sin embargo, ahora que vine al vivir Cerro Santa Gloria, encontré dicho pasaje materializado.
El primer día que advertí la situación entre en pánico, llegue a la casa con una taquicardia psicótica que tenia de fiesta a mis neuronas, colapse por algunas horas, y en cuanto pude recobrar la calma, comencé a pensar en soluciones rápidas, simples e incluso absurdas.
Entre tanta idea estúpida, me decante por la más barata y acorde a mi personalidad: fumarme un pito cada mañana, salir de la casa escuchando mi música a todo chancho mientras miraba fijamente al suelo, así, llegando al pasaje, seguro mi cerebro estaría distraído en cualquier otra cosa; el gran problema es que ya había caminado dos cuadras y mis audífonos no aparecieron.
Sin darme cuenta había avanzado hasta la entrada del pasaje “La Tortuga”, y de pronto, al mirar hacia la izquierda, mi cerebro se apagó e inicio un inquietante piloto automático.
Mi sueño de pronto se había vuelto una película en 4D, veía con claridad las mismas casas, la misma secuencia de colores, las puertas viejas, las mismas ventanas abiertas en las mismas posiciones, todo tan perfectamente recortado que el mundo allá afuera se destruyó en mi presencia.
Comencé a caminar de forma involuntaria, cada paso exactamente como lo recordaba, observe sin prisa cada fachada, cada error en la pintura, todas las plantas y flores marchitas; me detuve donde me debía detener, subí los seis escalones correspondientes y di los mismos rítmicos tres golpes que sabía iba hacer sonar, piloto automático desactivado, los nervios inundaron mi espalda, apreté los dientes.

Se escucharon pasos acercándose tras la puerta, me hirvió la sangre, alguien del otro lado quitó la cerradura y lentamente abrió la puerta, dudé un segundo, levanté la vista, y ahí, frente a mí, estaba yo, yo mismo, la misma cara, la misma chaqueta, el mismo pantalón arrugado, me sonrío, me abrazó y me dijo: “pasa, te estaba esperando”. 

jueves, 3 de septiembre de 2015

Cambios de luces


La línea punteada avanzaba entre mis piernas como una larga culebra seccionada, el duro asfalto era mi pista y se posaba firme bajo mis pies, los insectos sulfurados me esquivaban, mi ritmo se confundía con la sinfonía de bocinas disparadas por los conductores furiosos, si Moisés abría las aguas, yo desarmaba la carretera; el sol se diluía en el cielo pálido y gris , manchando lentamente las nubes en tonos violetas y anaranjados, se alejaba hasta perderse detrás de los vehículos que paseaban iracundos junto a mí.
Aun caminando arribó la noche, los insectos ya invisibles de oscuridad, solo rugían acelerados, mostrando sus ojos incandescentes, gritando desde sus entrañas metálicas, exigiendo que me quitara de enfrente, pero mi camino estaba trazado, extensa y blanca línea punteada, yo debía recortar con sangre su continuidad.

Los pies gastados, el estómago colgando de hambre, la espalda chueca, toda una tarde caminando, toda una tarde inmóvil esperando a mi verdugo, quien después de largas horas se dignó a aparecer frente a mí, lucia colosal e inminente, no hubo desvíos, no hubo cambios de luces ni claxon sonando, solo un conductor dormido sobre el volante, enfundado en un enorme camión azul que avanzaba directo a mi encuentro.