Camino confundido, mis ojos se
pierden entre tanta oscuridad, llevo el estómago aplastado frente a la implacable
inanición, mis pulmones apretados no me dejan respirar, me asfixio, estoy
demasiado cansado, aun cuando ya debería haber caído hace tiempo. Las piernas
me tiemblan como espigas luchando contra el viento, mis músculos se niegan a
trabajar correctamente, aún tengo en la boca el sabor rancio del pan duro, ese
que guardaba en mi bolsillo, tengo la sangre hecha grumos, corre espesa por mis
venas duras, todo mi ser se pone lento, quizás no valga la pena seguir, pero
debo continuar, no quiero morir aquí sentado, necesito salir con dignidad, ser
miserable, pero libre.
El camino es largo en extremo, la
horas se vuelven días, el tiempo se muere y mis pies piden a gritos un
descanso, a estas alturas mi cerebro ya no piensa como antes, todo se pierde y
se enreda, quizás debí notar antes mi nula capacidad de cálculo, debí saber que
sin el Flaco nada sería igual, todos esos intentos de escape y regreso impune
habían sido su idea, la vida pacífica en lo subterráneo, ocultos por allí, con
otra cara, con otro nombre, con la patilla larga y comiendo de manos ajenas,
engordando o adelgazando según la suerte, ahora todo sueño se veía mucho más
borroso que de costumbre.
Sé que vale la pena seguir
caminando por este túnel donde no alcanzo a ver siquiera mis manos, donde mi
vista se quema con el vacío, sólo el sonido de los ratones corriendo por
doquier me calma, me avisa que aún estoy vivo y que aún no me convierto en un
cadáver mosqueado, alucinando en el purgatorio. La sed me aplasta, las horas
pasan y los pies me lloran, me queman como si sudaran sangre, puede que en
verdad sea así, no se podría esperar más tras todo este tiempo, andando en la
soledad inquebrantable de este antiguo túnel, lleno de trozos de carbón, los
que alguna vez cayeron fugitivos desde los vagones que los secuestraban, sueños
de libertad que yo también comparto con ellos, se me corta el aliento, el
cansancio se cuelga de mi pecho y adelante, un punto de luz me muestra la
salida. Respiro el aire húmedo, el olor a tierra mojada refresca mi aliento que
de a poco se desvanece, la piel seca y empolvada envuelve mi ser marchito, me
caigo a pedazos, estoy cada vez más cerca del final, de la luz al final del
túnel, cada vez más lejos de lo humano y más cerca de lo divino. Mi destino es
confuso, la luz se acerca, sigo caminando a pasos cortos y torpes, me acerco al
sol, o a la lluvia, o lo que sea que me espere allá afuera, una infame alegría
invade lo que me queda de alma, no puedo evitar los escalofríos que recorren mi
espalda huesuda. Mientras más me acerco, la luz abandona su aspecto de farol encendido,
por más que camino no consigo salir, pero no sirve de nada desesperarse ni
dolerse, nada más malo puede pasar, nada peor que morir de hambre y en medio de
un túnel, tieso y olvidado, entre ratas hambrientas, en el espesor de esta
noche vacía y artificial.
Mi ritmo de marcha se quiebra,
estoy a sólo metros del universo, y aunque en verdad detesto este túnel maldito,
que me ha cobijado y tragado, sé que me lleva de vuelta a la vida
Me palpita el cráneo, el corazón
se me sube a la cabeza, mis rodillas escuálidas bailan fatigadas, un solo disparo
rompería mis oídos y fracturaría mi alma, tanta fragilidad me atormenta.
Falta poco, en frente de mí
aparece la boca del túnel, la luz me encandila, me quedo de pie, ardiendo,
esperando el punto final, el momento decisivo, respiro, mantengo y exhalo, me
decido, es hora de salir. La luz flamígera quema mis ojos que se cierran en
contra de mi voluntad, intento recuperar la lucidez tan rápido como puedo, la
colorida y dulce visión del mundo demora en aparecer, es difícil calibrar mis
pupilas frente a luces y sombras, tapo el sol con mi brazo, e intento ver más
allá.
Parpadeo de forma torpe un par de
veces, hasta al fin percatarme con una asfixiante impresión, que ahí en frente,
esperando por mí, se encuentra una cuadrilla de cascos y uniformes verdes, botas
negras perfectamente lustradas, todos en fila y formados, , me observan, me
retienen, el brillo de los aceros fríos y negros me electrocuta, solo queda la
horrible sumisión ante sus metrallas.